Todavía somos más las mujeres sin escolaridad completa, ¿quién se está haciendo cargo?

Me encantaba estudiar, pero lo tuve que dejar a los 15 años, cuando terminé séptimo y octavo básico en jornada nocturna para ayudar en el negocio de abarrotes de mi mamá, en un sector rural de Talcahuano. Ese mismo año, conocí al padre de mis hijos, me embaracé a los 16 y luego me casé de inmediato. Nunca retomé mis estudios, y en ese tiempo creía que estaba bien hacerlo así, porque estaba enamorada y tuve a todos mis hijos muy seguido. A los 29 ya tenía siete niños y jóvenes que criar, y en ese momento se me metió en la cabeza que no iba a tener más vida fuera de la maternidad.

Con el tiempo, una sensación de vacío y vergüenza se empezó a apoderar de mí, así que me dediqué a estar siempre presente en la educación de cada uno de mis hijos, para que no pasaran por eso. Cuando los iba a matricular a la escuela, me preguntaban hasta qué curso había llegado y yo bajito decía “octavo básico”, con vergüenza. La reacción siempre era un silencio incómodo, acompañado de una sonrisa para no hacerme sentir mal, pero siempre lo hacía.

Nunca voy a olvidar una vez que fui al cine con mi hija y comenzamos a conversar con dos mujeres en la fila. Durante todo el diálogo, ellas hablaban de sus profesiones y trabajos, mientras que yo, callada, solo rezaba por que no me preguntaran a mí. Todos esos episodios me marcaron. Me sentía inferior incluso ante el padre de mis hijos, que en ese tiempo trabajaba en el puerto de San Vicente. Él tomaba todas las decisiones financieras, yo no tenía ni voz ni voto. Todo lo que logré aprender en la básica se los traspasé a mis hijos y les exigí que terminaran los estudios. No solo les quise dejar una idea de que hacer las tareas era importante, sino que más aún lo era que alguien te acompañara a hacerlo.

Después de una vida criando, los mayores se fueron de la casa y, de a poco, mi vacío fue creciendo. El año 2014 me separé y entre el cansancio de la crianza y el agotamiento del amor, una de las razones fue descubrir que pasé tantos años sintiéndome menos, por saber menos. En ese momento decidí ir a pedir trabajo a un colegio diferencial de la zona, porque me encantaba estar con los niños. Me dieron la oportunidad de manejar el furgón escolar y ahí descubrí el valor que tenía mi vida.

Muchas mamás, agradecidas por el trato y cuidado que tenía con sus hijos, me empezaron a demostrar que yo sí tenía algo especial, que no estaba vacía, y que habían más cosas que podía hacer además de criar. Ese aprendizaje fue el que me llevó en 2020 a retomar mis estudios, unos que en algún momento de la vida quise completar, pero volví a dejarlos por no sentir el apoyo de mi ex marido. Yo sabía que solo me había perjudicado a mí misma, pero es que ahora, ya no me sentía sola tratando de lograr este sueño, así que me inscribí a clases.

Con la pandemia, se abrió el espacio para que mi hija mayor que es trabajadora social y el que le sigue que es profesor, volvieran a la casa a estar conmigo en este proceso. Ahora ellos me insisten, y con cariño, repiten las mismas técnicas que yo usé con ellos para lograr que terminaran de estudiar. Y cuando termine este proceso, sueño con poder sacar una carrera en educación, para volver al colegio donde descubrí mi valor y darle a esos niños la compañía que necesitan, igual como yo se las di a mis hijos, y ellos a mí ahora”.

Rosana Cisterna (55) está terminando la enseñanza media en el programa Cumpliendo un sueño de Fundación Prodemu, Banco Santander e Instituto AIEP en Talcahuano. Es madre de 7 hijos, y chofer de furgón escolar.

El abandono de la escuela no es culpa de las mujeres

Las carreras de autos de juguete tienen una enseñanza fundamental para la vida: la trayectoria. Ahí es donde los niños aprenden lo que significa comenzar algo y llegar hasta una meta con destreza y obstáculos. El problema es que ese tipo de juegos han sido diseñado por y para hombres desde hace cientos de años: y en la educación, pasa lo mismo: “Al abandonar su educación, las mujeres cumplen con aceptar un rol de cuidado y labor doméstica que casi nadie considera como una meta de carrera, y muchas veces ni siquiera como un trabajo remunerado”, dice Patricia Guerrero, académica de la Facultad de Educación de la UC y doctora en sociología.

La última encuesta Casen 2017 reveló que las mujeres que no tienen escolaridad completa representan el 37,5% del total de mujeres en Chile. O sea 2.694.783 no habían completado cuarto medio. El porcentaje de jóvenes de 15 a 29 años que no asistía a un establecimiento educacional y se encontraba laboralmente inactivo fue de 17,5% mujeres y 7,9% hombres. Hoy, en 2020, las cifras de CreceChile cuentan que de casi 5 millones de adultos sin escolaridad completa, el 50,4% son mujeres, versus 44,1% de hombres.

Y es que no es lo mismo la deserción escolar para hombres que para mujeres. Si hay un punto en el que se encuentran, según Patricia Guerrero, es en “la búsqueda de mejores oportunidades de ingresos, porque ahora el colegio a los jóvenes no les hace sentido. Antes la gente creía en los estudios y ahora no confían porque ya han visto que no necesariamente van a generar una buena remuneración o a tener una mejor calidad de vida”.

Tarde o temprano, las razones de abandono de la escuela se diferenciarán por género. Hay una pérdida de identidad que provoca que los alumnos ya no le encuentren sentido a los estudios, un vacío que, según Paola Diez, directora de Prodemu, le sucede más a las mujeres porque “los hombres pueden desertar e ir a buscar trabajo al sector productivo con octavo básico cumplido. En cambio las mujeres se ven más afectadas por tener que cumplir con labores domésticas y de cuidado, sobre todo en sectores rurales”.

De hecho, la misma fundación encontró un patrón con datos de las mujeres –principalmente vulnerables– que están inscritas en sus programas: las más afectadas por la deserción son las mujeres que viven en ruralidad, donde de 5.136 mujeres con 47 años de edad promedio, el 47,07% tiene escolaridad incompleta, y con un ingreso promedio por hogar de $223.495. “En el campo, nacen muchos más niños que en las ciudades y la gente vive más, por lo que las necesidades de labores de cuidado aumentan en estos lugares y las mujeres tienen esa motivación más que la de ir a estudiar a un lugar que quede lejos de sus casas”, explica Paola. Sumado a esto, Patricia Guerrero agrega que “Si en un principio las niñas no se sienten llamadas al sector productivo, no hay un estímulo por seguir estudiando, porque sienten que nada les garantizará una mejor calidad de vida”.

Soffia Ortega, directora de educación adulta en CreceChile, explica que hay muchos factores que contribuyen a esta desilusión, “como el hecho de haber repetido de curso, que genera un rezago escolar, crear una falta de identidad en el o la estudiante, y una frustración producto del fracaso”, algo que para las mujeres, se convierte en un vacío educativo permanente, porque, como comprueba el estudio Análisis de Deserción Escolar en Chile de la UDD 2017, “mujeres desertoras y hombres desertores no son idénticos, y ellas están más a favor que los hombres en aseveraciones del tipo “cuidar a los hijos es tarea principalmente de la mujer”. Ese es un dato, que por qué la mujer haría de la crianza su rol en el mundo una vez de abandonar sus estudios.

Por eso, la educación tiene que adaptarse si quiere abrir más espacios para que las mujeres puedan completarla. Paola Diez comenta que desde Prodemu, buscan que en su oferta tanto de nivelación escolar como el programa Cumpliendo un sueño que busca nivelar la educación de 2.360 mujeres para fines laborales, en las 16 regiones del país– como de preparación para el emprendimiento y el liderazgo, “no solo sea un currículum académico, sino que un espacio de formación con enfoque de género. En cuatro sesiones enseñamos sobre equidad y derechos, para que las mujeres puedan entender que no están obligadas a cumplir con un rol impuesto por la sociedad, que además las está dejando sin educación”.

Dentro de la naturalización de ese rol, hay otro factor determinante para que la mujer decida o no reintegrarse al sistema educacional, que según explica Soffia Ortega, tiene que ver con que ellas mismas “perciben que el abandono tiene que ver con un interés y una responsabilidad persona. Eso significa que se están están echando la culpa a sí mismas por el fracaso en su educación, cuando en realidad, hay una serie de elementos de los cuales no tuvieron control al momento de tomar la decisión”.

Esto, de hecho, puede pasar tanto para hombres como mujeres, y si se transforma todos pueden tener una mejor oportunidad. “Ahora no estamos poniendo el foco en la adherencia a la hora de buscar soluciones públicas, sino que solo en el abandono, y eso da la idea de que el alumno es el responsable, cuando en realidad, los sistemas educativos son los que no están compatibilizando con sus necesidades y tiempos”, dice Soffia.

Para pensar en soluciones, se necesitan modelos que se adapten a los tiempos y necesidades de las mujeres. El año pasado en CreceChile, probaron un programa que incluía una visión global de cómo es la trayectoria de una persona a lo largo de todo su proceso educativo. Se dieron cuenta que la mayoría de los factores para la deserción de las mujeres tenía que ver con que los tiempos de estudio no coincidían con sus tiempos de crianza o trabajo. Por eso pusieron el 50% de las clases de forma online y grabada, y una sesión presencial a la semana a modo de monitoreo. “El desafío es pensar siempre cómo apuntar al principio de equidad de oportunidades de aprendizaje, donde las mujeres entren por derecho a estudiar y en condiciones de justicia absoluta, donde sea el sistema el que se adapte a su realidad, no ellas a su rigidez”, cuenta Soffia.

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