Las evidencias sobre contagio en los niños que reimpulsan el debate de apertura de las escuelas
La pandemia del coronavirus generó un impacto aún incalculable en la educación a nivel mundial, considerando el cierre de las escuelas y un proceso de apertura que ha sido más complicado de lo esperado.
Los gobiernos de todo el mundo han hecho esfuerzos para mantener las actividades en pie, pero el descontrol del virus y la necesidad de reducir la movilidad en las calles a niveles bajísimos ha obligado a países como Alemania y Países Bajos a cerrar las puertas de sus jardines infantiles o colegios por al menos un mes.
Pero el debate sobre el funcionamiento de los establecimientos en pandemia tiene otro tipo de aristas en el aspecto científico, entre las que se cuentas las investigaciones que buscan explicar por qué los niños y adolescentes son los menos afectados con el COVID-19.
Aunque existen casos de niños, niñas y adolescentes que han enfermado gravemente con el virus, existe cierto consenso en que son capaces de evitar un contagio fuerte. Las dudas, en cambio, se trasladan a su carga viral y capacidad de infectar a adultos más vulnerables.
Todas estas evidencias están sobre la mesa y cuentan con la visión complementaria de organismos como la Unicef, que siguen alertando sobre el impacto que va a tener la no apertura de las escuelas en los próximos meses.
Los esfuerzos de los gobiernos
Tras el fin de la primera ola, varios gobiernos del mundo hicieron todo lo posible para abrir las puertas de sus escuelas y permitir que los niños vivan la experiencia de las clases presenciales con las medidas de seguridad necesarias.
Más allá de unos brotes puntuales, la mayoría de los países europeos retomó las actividades académicas realizando los máximos esfuerzos para evitar el retroceso.
Francia, por ejemplo, una de las naciones más golpeadas con la segunda ola del virus, evitó el cierre de los recintos de enseñanza primaria y secundaria.
Pero la realidad epidemiológica hizo que la realidad cambiara totalmente en Alemania y Países Bajos, que decidieron decretar un confinamiento total hasta mediados de enero, el que además de cerrar el comercio no esencial llevó a decretar la suspensión de las actividades académicas presenciales.
En Estados Unidos, Nueva York decretó la clausura temporal de sus escuelas públicas debido al incremento en la positividad de los exámenes de PCR. La medida, que fue resistida especialmente por los apoderados y profesores, terminó siendo revertida el 7 de diciembre pasado. Hasta el momento, los establecimientos educacionales neoyorkinos no han sido focos de contagio.
Uruguay fue otro de los países que se esforzó por retomar las clases presenciales, pero que ha tenido muchas dificultades en el camino. El aumento de los casos de coronavirus en todo el territorio llegó acompañado de 14 brotes puntuales, los que obligaron al cierre de escuelas.
Según lo informado por El País, estos contagios son menores en comparación a otro tipos de brotes activos (hay 52 por encuentros familiares y 30 en lugares de trabajo). La autoridades uruguayas han planteado que la aparición de estos casos está vinculada directamente al repunte en los contagios registrado en noviembre, y no implicaría que los centros educativos sean los causantes de la agudización de la pandemia.
El coronavirus y los niños
El rol de los niños, niñas y adolescentes en la pandemia ha sido tema de investigación profunda de varias instituciones. Las estadísticas mundiales señalan que los menores de edad son menos propensos a sufrir una enfermedad grave, a diferencia de los adultos mayores y a los jóvenes con dolencias de base como hipertensión, diabetes, cáncer u obesidad, quienes lideran las cifras de víctimas fatales.
Un estudio publicado en la revista científica Nature explicó por qué el sistema inmunológico de los niños parece estar mejor equipado para eliminar el SARS-CoV-2 que el de los adultos.
“Los niños están muy adaptados para responder, y muy bien equipados para responder, a nuevos virus”, señaló Donna Farber, inmunóloga de la Universidad de Columbia en la ciudad de Nueva York, quien precisó que probablemente la mayoría de los niños infectados pasaría por una enfermedad leve o asintomático.
Otra pista de que la respuesta de los niños al virus difiere de la de los adultos es que algunos niños desarrollan síntomas de COVID-19 y anticuerpos específicos contra el SARS-CoV-2, pero nunca dan positivo para el virus en una prueba estándar de PCR.
Melanie Neeland, inmunóloga del Murdoch Children’s Research Institute en Melbourne, Australia, detalló que el sistema inmunológico infantil ve el virus “y simplemente genera esta respuesta inmune realmente rápida y efectiva que lo apaga, antes de que tenga la oportunidad de replicarse hasta el punto de que dé positivo en la prueba de diagnóstico con hisopado”.
Este antecedente, que reforzaría la idea de permitir la apertura de las escuelas al menos en los niveles iniciales, se encuentra con otras investigaciones, como la publicada por la Universidad de Harvard, que se centra en la capacidad de contagio que pueden tener los niños frente a los adultos.
El análisis, que fue publicado en agosto pasado, sugirió que “los niños juegan un papel más importante en la propagación comunitaria de COVID-19 de lo que se pensaba anteriormente” debido a que presentan una alta carga viral, la que sería superior incluso a la de los adultos gravemente enfermos.
Aquello, agregó el estudio, ubicaría a los menores de edad como eventuales “transmisores silenciosos“, ya que al no desarrollar la enfermedad la podrían contagiar de forma asintomática a personas más vulnerables.
El llamado de Unicef
Las evidencias científicas han servido para reforzar las distintas posturas sobre la apertura de escuelas, las que dividen a las autoridades y a las comunidades educativas.
En Chile, el Ministerio de Educación ha debido enfrentar la férrea negativa del Colegio de Profesores para retomar las actividades presenciales.
Más allá de esto, existen voces transversales que han expresado su preocupación con las dificultades vividas por los niños al no poder asistir a sus jardines infantiles o colegios.
A inicios de este mes, Unicef entregó detalles de un estudio realizado por la Unesco, el que detectó que las aulas de casi 1 de cada 5 escolares en todo el mundo (320 millones), estaban cerradas al 1 de diciembre, un aumento de casi 90 millones desde los 232 millones del pasado 1 de noviembre. Los números han ido en aumento de la mano de la segunda ola de la pandemia en el hemisferio norte del planeta.
Robert Jenkins, jefe global de Educación del organismo de la ONU por los derechos de la infancia, señaló que “a pesar de todo lo que hemos aprendido sobre COVID-19, el papel de las escuelas en la transmisión comunitaria y los pasos que podemos dar para mantener a los niños seguros en la escuela, estamos avanzando en la dirección equivocada, y lo hacemos muy rápidamente”.
“La evidencia muestra que las escuelas no son los principales impulsores de esta pandemia. Sin embargo, estamos viendo una tendencia alarmante en la que los gobiernos cierran una vez más las escuelas como primera medida y no como último recurso. En algunos casos, esto se está haciendo a nivel nacional, en lugar de comunidad por comunidad, y los niños continúan sufriendo los efectos devastadores en su aprendizaje, bienestar mental y físico y seguridad”, agregó.
La entidad añadió que con la clausura de sus colegios los estudiantes no solo pierden horas de enseñanza, sino que también su sistema de apoyo y alimentación. Los más vulnerables son los que pagarían el precio más alto con la deserción escolar.