La inclusión que aún no llega
Un grupo importante de niños y niñas con discapacidad intelectual queda a mitad del camino: necesitan acompañamiento especializado para adaptar las materias de colegios tradicionales, pero las escuelas diferenciales tampoco responden a sus necesidades, ya que están pensadas en otro tipo de trastornos. El Programa de Integración Escolar, que se está implementando en el sistema chileno, promete ser una solución futura a este problema.
Un grupo de niñas recorre los pasillos de un supermercado en Las Condes. Van acompañadas por tres profesoras que las orientan y les dan instrucciones. Miran las frutas, las eligen y las pesan. También pasan por los artículos de aseo. Luego van por las golosinas, la parte favorita de la mayoría.
Las niñas llenan el carrito y pasan a las cajas a pagar. Cuentan los billetes que necesitan para llevarse las cosas que eligieron. Luego volverán a su colegio y deberán resolver problemas matemáticos relacionados con la cantidad de productos que llevaron y su precio.
Esa es una de las actividades programadas por profesoras del Colegio Laudare, establecimiento privado que se especializa en niñas con necesidades educativas especiales.
En este establecimiento los contenidos están pensados para ellas, con actividades fuera de las aulas, como la compra en el supermercado para aprender matemáticas, pero también para acostumbrarse a situaciones que luego enfrentarán en su vida adulta.
La mayoría llegaron tras probar por varios colegios en los que nunca se sintieron cómodas ni incluidas. Por su diagnóstico, están en un limbo que las hizo probar en varios lugares. Tienen trastorno de aprendizaje o retraso leve del desarrollo, por lo que los contenidos de la enseñanza tradicional no están pensados para sus necesidades. Pese a los programas de integración, ninguna se pudo acomodar a las diferencias con sus compañeras. Probaron en establecimientos de educación diferencial pero tampoco se adaptaron. Este tipo de colegios está pensado en trastornos de mayor graverdad, por lo que las niñas se aburrían y no encontraban mayores desafíos por aprender.
El Laudare está pensado especialmente en acoger a estas niñas que antes parecían quedar en medio del camino. Para entrar se debe postular y pasar por un proceso de admisión personalizado. Cada niña debe ir a una serie de entrevistas con psicólogas que hacen una evaluación de las necesidades que presentan las postulantes.
En las entrevistas cuentan sus experiencias en los lugares por los que pasaron sin mucha suerte. Advierten que sus compañeros no las invitaban a sus fiestas, nadie las elegía para trabajar y no entendían bien las materias. “Vienen, en general, con un rechazo a lo escolar. Al tener una historia difícil en lo académico, dicen, ‘yo no quiero tomar un lápiz, no quiero prestar atención, no me quiero enfrentar a una tarea, porque sé que me cuesta y nunca he entendido nada´”, dice la sicóloga María José Eyheramendy.
Según datos del Ministerio de Educación, en Chile existen 480 escuelas especiales para estudiantes con discapacidad y 1.296 para estudiantes con trastornos específico del lenguaje. A esos establecimientos van en total 153.740 alumnos. No existen datos en cuanto a establecimientos privados.
Hasta la promulgación del Decreto 83 en 2015, la situación de niños con distintos niveles de discapacidad cognitiva era muy complicada. Antes de esto, la educación diferencial casi no contemplaba las distintas necesidades que implicaba cada tipo de trastorno.
Entonces, si un alumno presentaba cierta discapacidad intelectual, tenía como opción intentar adaptarse a la educación tradicional o ser tratado bajo parámetros que estaban pensados en estudiantes con trastornos más complejos.
Esta importante modificación en el sistema escolar está recién implementándose. La idea es diversificar métodos de enseñanzas y establecer orientaciones para adecuar el currículum nacional a las necesidades de todos los estudiantes, incluyendo a los discapacitados.
“El país ha avanzado en el proceso de equiparar las oportunidades de los estudiantes con necesidades educativas especiales en el contexto de la educación especial, mediante acciones que buscan atender y aceptar las diferencias individuales y la entrega de recursos del Estado para apoyar este proceso”, dice el jefe de la División de Educación General del Mineduc, José Palma.
El modelo educativo en Chile contempla tres opciones. La primera son las escuelas especiales, que atienden a niños con discapacidad sensorial, intelectual y motora. Luego están las enfocadas en trastornos específicos del lenguaje y, por último, los establecimientos de educación regular con Programas de Integración Escolar (PIE).
El problema es que la implementación del Decreto 83 ha sido lento y paulatino. La realidad es que los niños se siguen viendo enfrentados a colegios que no están preparados para sus necesidades específicas, son invisibilizados y son excluidos pese a las buenas intenciones. Por eso, varios apoderados prefieren la matrícula en educación especial, de preferencia en establecimientos privados, que son más caros, pero que aseguran mayores recursos para la atención.
“Lamentablemente, estos temas en nuestro país hasta el día hoy funcionan mucho desde un enfoque médico. Tú tienes que tener un determinado diagnóstico para que puedas recibir los apoyos necesarios para tener una educación con equidad, donde a partir de las diferencias todos puedan recibir lo que tienen que recibir considerando estas diferencias. Es una cuestión estructural de cómo funciona este sistema”, dice la experta en Educación Diferencial de la UDP, Liliana Ramos.
“Todo este proceso representa desafíos y cambios para las escuelas especiales, razón por la cual el decreto se está aplicando paulatinamente para dar espacio a los ajustes necesarios”, comenta Palma
Entre los recursos que entrega el Mineduc para ayudar a los alumnos con necesidades especiales está un registro de profesionales para el diagnóstico y un registro de los directores de cada escuela diferencial según la especialidad con la que cuenten.
La idea es fortalecer la educación pública en temas de integración, ya que la mayoría de los niños con trastorno del aprendizaje está en este tipo de establecimientos.
Elisa Rodríguez tiene 14 años y va en octavo básico. A causa de una epilepsia refractaria pasó por cuatro colegios intentando acomodarse. Sus padres siempre llevaron todos los papeles médicos y los informes de coeficiente intelectual, que decían que tenía un retraso cognitivo.
Pese a la buena disposición de los colegios, en ninguno pudo estar demasiado tiempo. La niña se quedaba atrás, no tenía muchos amigos y tenía problemas, sobre todo en matemáticas. En 2015 decidió probar en el Colegio Laudare por recomendación de una psicopedagoga. La decisión no fue fácil, porque hasta el momento se habían negado a matricular a la niña en un establecimiento de educación diferencial.
El paso más difícil para todos los apoderados es asumir que un hijo necesita ayuda especializada.
“Cuando tu hija tiene un retraso cognitivo, que es más lento que un retraso mental, para una también es un tema. Yo creo que les pasa a todos los papás; hoy ya no es así, pero antes tú veías a niños con demasiada deficiencia, incluso niños Down, y uno queda para adentro, porque uno dice “chuta, yo no veo a mi hija en tal dificultad”, recuerda Yolanda Muñoz, madre de Elisa.
Los prejuicios se fueron derrumbando rápidamente. Los padres vieron que estar en un colegio especializado era lo mejor para su hija. Por primera vez, Elisa se sentía en un ambiente propicio para aprender. Por primera vez se sentía cómoda.
“A mí me da risa, porque los prejuicios los tenemos los adultos. Mi hija cuando entró nunca se cuestionó nada. De lo que yo me espanté… mi hija nunca lo hizo. Compartió, salió a recreo, jugó con las niñitas y quedó fascinada”, recuerda Yolanda Muñoz.
Elisa pudo, por primera vez, abandonar su personalidad más tímida para tener un grupo de amigas. Su autoestima creció notablemente. Empezó a aprender matemáticas, ciencias y lenguaje.
El gran problema de colegios como el Laudare es el alto costo económico de la matrícula. A eso se le debe sumar el precio que implica la atención médica a niños que sufren varios problemas de salud. Pero la educación pública nunca fue una opción. Aún ven demasiadas carencias no resueltas por la falta de recursos.
“La integración…, eso es una gran mentira en Chile. Estoy diciendo algo súper cruel, pero si tú no tienes las lucas, estás frita. Si tú no puedes pagar un colegio, estás frito. La educación pública debe ser terrible para estos niños, porque no aprenden nada, es como que los lleves a una guardería, nadie se preocupa de ellos”, sentencia Yolanda Muñoz.
Una de las dinámicas favoritas para las alumnas del Laudare son las clases de uso de redes sociales. Como a cualquier joven de su edad, a las alumnas les interesa mucho todo lo que pasa en internet.
Sus profesores les enseñan a usarlo con cuidado y responsabilidad. Les dicen las herramientas que tienen y que les pueden servir: cómo sacarse una selfie y cuándo es aconsejable o no compartir fotos e información personal.
Profesores, apoderados y alumnas coinciden en que lo ideal sería vivir en un modelo que permita la inclusión en todo nivel. Es decir, que puedan convivir estudiantes de todo tipo. Ese es el espíritu de los programas de integración que existen en el sistema educativo.
Mientras los colegios aún se siguen adecuando a este nuevo paradigma, todos asumen que las escuelas especializadas son una de las mejores alternativas.
Pese a la constantes idas y venidas, de un colegio a otro, todos son optimistas. Dicen que poco a poco los modelos de integración van dando resultados: hace 10 años, antes de la ley de inclusión laboral, el futuro más seguro para una persona discapacitada tras pasar por la educación básica era irse para la casa y no hacer nada.
Ahora existen más esperanzas, porque la diversidad está siendo cada vez más aceptada a todo nivel.
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